Médicos argentinos trabajaron contra las enfermedades y «el trauma latente» que dejó el tsunami

El golpe de las olas de hasta 30 metros y la posterior inundación por el tsunami que hace 10 años tuvo lugar en el Océano Índico dejó una situación post-emergencia de enfermedades como el dengue y la malaria en la que se necesitó la cooperación internacional.

En este grupo se incluye un equipo argentino de Médicos del Mundo que tuvieron que tratar también con “el trauma que seguía latente en cada relato, en cada rostro y en cada historia cotidiana”, recordó el presidente y coordinador regional de América Latina y el Caribe de la organización, Gonzalo Basile.

El equipo argentino viajó a Sri Lanka, país ubicado al sur de la India y uno de los más cercanos al terremoto de 9,3 en la escala Richter y 10 minutos de duración que el 26 de diciembre dio origen al tsunami más letal de la era moderna con un estimado de unos 230.000 muertos.

“Estuvimos a partir de los dos meses de la emergencia, primero 15 días haciendo una evaluación y luego un equipo de gestión en salud y acción humanitaria estuvo 12 meses trabajando en terreno en la zona de Matara”, explicó Basile.

“La impresión cuando uno llega a este tipo de emergencia o post-emergencia humanitaria de la magnitud del 2004 es de devastación, dolor y mucha incertidumbre”, agregó.

El tsunami destruyó unas 800 instalaciones sanitarias, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo que, sumado a la cantidad de desplazados, que en el caso de Sri Lanza llegó a 1,5 millones de personas, cifra que representa casi el 8% de su población total actual, dificultó la ayuda humanitaria.

Pero además de la situación epidemiológica que deja una catástrofe de tal magnitud está el efecto psicológico que produce, indicó el presidente de Médicos del Mundo, quien comentó que «las pérdidas humanas, materiales y simbólicas quedan impregnadas en la memoria e historia de las familias afectadas por siempre”.

“En la etapa que llegamos nosotros, sobre todo en los campamentos de desplazados de Hikkaduwa (localidad al sur de la isla), las personas, grupos y familias estaban aún muy frágiles por la pérdidas y el trauma seguía latente en cada relato, en cada rostro y en cada historia cotidiana”, manifestó.

Además, la asistencia sanitaria en Sri Lanka tuvo que lidiar con la guerra civil entre el gobierno y el grupo nacionalista Tigres de Liberación del Eelam Tamil que “en algunos momentos implicaban atentados y situación de seguridad extremas”, indicó Basile, y recordó que otras organizaciones “tuvieron que retirarse del país”, lo que no ocurrió en el caso del equipo argentino por estar lejos de las zonas de violencia en el norte y noreste del país.

Comentó que pese a estas dificultades los médicos argentinos llevaron adelante “una estrategia promocional de prevención de enfermedades epidémicas y vigilancia epidemiológica para evitar brotes y epidemias, sobre todo con respecto al dengue que era el principal problema de salud pública en la post-emergencia del tsunami”.

Puesto en números, contó que trabajaron con 14 asociaciones vecinales y 572 agentes de salud voluntarios que lograron más de 1000 personas capacitadas y un 70% de la ciudad cubierta por la estrategia.

El activista, que actualmente trabaja temas de cooperación internacional en países como Haití, Dominicana y Venezuela, se negó a calificar al tsunami como desastre natural y manifestó que “la naturaleza no tiene ninguna responsabilidad en cómo el ser humano fue destruyendo el ecosistema y el ambiente, y esto va impactando en la frecuencia, virulencia e impacto de los eventos climáticos extremos”.

Vinculado a su tarea actual, Basile expresó que una de las enseñanzas que dejó el trabajo tras el tsunami es “la construcción de una nueva cooperación internacional Sur-Sur que también tiene capacidades, saberes y conocimientos” y derriba la falacia “idílica, monocultural y ridiculamente vacía que se nos instaló en nuestras sociedades que sólo determinados gobiernos, agencias de cooperación internacional y ONGs del norte, sobre todo europeas o norteamericanas, son las únicas capaces de trabajar en estos contextos”.

“Tenemos mucho que aportar desde una cosmovisión latinoamericana, con participación social, diálogo intercultural y equidad de género. No vamos a imponer conocimientos ni ser una especie de ´rambos humanitarios´, sino a fortalecer capacidades de pueblos que necesitan nuestra presencia y solidaridad internacional en un momento determinado de su historia”, concluyó.

Fuente: Télam

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